La “nueva realidad” no obedece al modelo construido por los burócratas
El Gobierno ha puesto de moda en el argot político la palabra “protocolo”. Nunca como ahora se ha discutido que cualquier actividad económica, social, cultural, militar, etcétera, y no solo la médica, deban aplicar rigurosos protocolos. Los políticos han convertido a la palabra “protocolo” en el desván en que se arrojan las ideas generales que requieren detalles que desconocen. La “tesis” es que nada volverá a ser como en febrero del 2020, y que los cambios que se requieren deben ser diseñados por la burocracia estatal, a través de rigurosos protocolos que, además, serán recibidos con algarabía por la miedosa población.
El protocolo implica estandarización, regulación, procedimiento y control. En modo subrepticio ha cobrado vida una nueva fuente del derecho y poderosos nuevos actores políticos, no electos. La justificación para esa irrupción es la gravedad de la pandemia y el miedo a la muerte de la población. Sin embargo, es el mismo miedo a la muerte y a la inseguridad que dio pie a la creación del Estado en los albores de la humanidad. También, ha sido, a lo largo de la historia, el pretexto para coactar la libertad y los derechos humanos.
Cuando la variabilidad es grande, es imposible un estándar útil para todos, porque el estándar creado por el protocolo podría estar más cerca a uno de los polos de la variabilidad. Es decir, se favorece a unos en detrimento de los que se encuentran en el polo más alejado del estándar. Entonces, para resolver esa gran variabilidad se crean diversos protocolos de acuerdo con conglomerados dentro de los confines máximos de la variabilidad. En otras palabras, se crean un sin número de protocolos de acuerdo con la conveniencia de los actores y de su capacidad de presión. En consecuencia, los protocolos, cuya finalidad era estandarizar, terminan en exactamente lo opuesto, porque se crean diversos estándares para diversos grupos poblacionales que incrementan, en modo artificial, la variabilidad que se quería combatir. Se crean tantos protocolos como peculiaridades tiene los actores sociales.
A esta forma de la burocracia de resolver la variabilidad médica, a través de protocolos, se le ha motejado, en modo sarcástico, como el síndrome del “protocolo loco”. Solo para comprender la magnitud del problema, sirva el ejemplo de la hipertensión arterial que, en el momento álgido de la moda del protocolo, tenía más de 400 protocolos. ¡Una locura! La profesión médica utiliza ahora, en lugar del protocolo, el concepto de guía. Las razones son obvias.
El debate al interior de la profesión médica y del sector salud culminó con el abandono del protocolo en la practica médica. Las guías han tomado su lugar porque ayudan en el discernimiento clínico sin reemplazarlo. Sin embargo, el Gobierno y el Minsa no han tomado nota de esa parte de la historia de la medicina peruana. La idea es muy simple de comprender: un protocolo no reemplaza la información, la educación y la comunicación en el ejercicio de la libertad del ser humano en la toma decisiones. El enfoque comunitario enfrenta las epidemias y la pandemia en libertad, a través del conocimiento y del cambio del comportamiento con estilos de vida saludables, con el objetivo de lograr el autocuidado, la responsabilidad compartida y el control social. La “nueva realidad” no obedece al modelo construido por los burócratas, sino a una creación cotidiana de la gente.
El uso de los protocolos y la correspondiente regulación en sendas normas técnicas, con engorrosos procedimientos y drásticas sanciones, solo servirá para alentar la desobediencia civil, aumentar los contagios y atizar la pandemia. No es una propuesta viable para las necesidades de salud del 70% de la población peruana, que vive en la informalidad, que es la que sufre el mayor impacto negativo de la pandemia.
Los médicos han visto con sorpresa, por ejemplo, que el Ministerio de Salud ha comenzado a regular el trabajo de los servidores del Primer Nivel de Atención; sin embargo, la pobreza intelectual de las regulaciones contrasta con el conocimiento y la experiencia. Dan normas desde el escritorio, sin tomar en cuenta el conocimiento científico y tecnológico necesario para el trabajo en el Primer Nivel de Atención, en la Atención Primaria de Salud (APS) y en los determinantes económicos, sociales y culturales de las comunidades. De la noche a la mañana los funcionarios con enfoque hospitalario pretender ser expertos en el enfoque comunitario. Las burlas contra las normas publicadas y sus respectivas conferencias inundan las redes. Sin embargo, los funcionarios continúan, sin pausa, normando el cambio hacia la “nueva normalidad”. La ideología se comporta como el tapaojo de la razón.
El “síndrome del protocolo loco”, tiene también, su contraparte en la vigilancia, el control y la sanción. La tecnología digital al servicio de la vigilancia. La geolocalización al servicio del control y de la sanción. Se pretende incluir a la existencia humana como parte esencial de la sospecha. El hombre dejaría de ser un fin en sí mismo, para convertirse en un medio al servicio de la salvación y sobrevivencia. La reingeniería social, y sus burócratas, a través de normas y protocolos cotidianos, nos pretenden enrumbar hacia “la nueva normalidad”, hacia la “utopía soñada”.
En necesario unir esfuerzos para que esta malhadada moda caduque.